martes, 15 de diciembre de 2015

El consumo

El consumo es, a pequeña escala, el uso de bienes y servicios adquiridos mediante la compra para satisfacer necesidades y deseos. A gran escala, hablamos de la forma que tienen las sociedades para organizar la distribución de sus bienes entre los ciudadanos de modo que satisfagan sus necesidades.

En la historia reciente, gracias a la innovación tecnológica, la industralización, la globalización, la separación entre producción y consumo y la formación de la sociedad de masas se ha disparado el consumo hasta llegar a límites desorbitados.

La generalización de las clases medias lleva a una reducción de las desigualdades, que se traduce en mayores posibilidades de compra para un parte importante de la población. De este modo, cada vez más gente tiene no solo acceso a bienes que satisfagan sus necesidades secundarias (de ocio, placer, comunicación, etc) sino necesidades superfluas, muchas veces creadas por las propias empresas. Dichas empresas tratan de lanzar el consumo mediante la publicidad, las marcas y la moda.

La moda marca el camino que debe seguir la mayoría, aunque para ello establece una paradoja, pues no todo el mundo puede alcanzar el objetivo final. De este modo, se garantiza la compra de determinados objetos que permitan llegar a dicho estatus, pero que no se generalice la clase alta, destinada a una minoría. Esta minoría se encarga de dictar las modas, comprando bienes raíz para evitar que otras generaciones, ''los nuevos ricos'', los sobrepasen.

Los objetos de consumo son objetos convertidos en signos; lo que prima no es ya el objeto en sí, pues se compra la idea, su relación de acorde a los objetos fetiche. La producción en serie se generaliza, con el objetivo de acercar el lujo de las clases altas, envidiado por todos, a la población.

No obstante, en el proceso el modelo que se copia pierde los matices, y se convierte en una burda imitación, marcada por el déficit (de calidad, temporalidad, situación...) La escasez predominante en las clases bajas es sustituida por la finitud, objetos que imitan el lujo pero que duran poco debido a la obsolescencia programada, en lo que se llama escasez artificial. Los productos en serie tratan de suplir la carencia de matices con la diferenciación excesiva, los colores grotescos y la falta de gusto.

Una característica clave de las clases altas, que no se puede imitar, es la distinción: el buen gusto, el deseo de diferenciarse y elevarse por encima de los demás como signo de reconocimiento. Esto se aprende durante la primera socialización, por lo que todos los imitadores, denominados pretenciosos, no pueden alcanzar ese grado de sofisticación propio del que lo ha vivido desde siempre. Otros no tratan de alcanzar, conscientes de que no lo conseguirán, y se les denomina vulgares.

Es el estilo de vida, las actividades llevadas a cabo diariamente por los individuos, lo que marca esta diferenciación. El consumo se revela, por tanto, como un acto cultural, en el que están presentes el capital cultural, social, humano y simbólico que las personas han recibido por reproducción social a lo largo de su existencia.

 Debemos tomar conciencia de la escasez de los recursos: la omnipotencia de la que el hombre se cree poseedor tiene límites, pues no podemos disponer de la naturaleza a nuestro antojo, o acabaremos por dejar de formar parte de ella. 
Son las necesidades superfluas o nosotros.
Yo se con que quedarme, ¿y tú?






lunes, 9 de noviembre de 2015

Alteridad

La exclusión.
Es algo de lo que se habla mucho sin que nunca se llegue a concretar de qué hablamos. Existen distintos niveles, y se puede dar en diversos campos. Nos centraremos en el social, que realmente engloba a todos.
La exclusión se define como la violación de la alteridad, de la responsabilidad que tenemos con los otros.
Este proceso tiene lugar debido a la ignorancia. No tratamos al otro como una persona individual, sino como una extensión de nuestros fallos o de nosotros mismos. Vivimos ensimismados en nosotros mismo, en nuestra persona, y no somos capaces de levantar la mirada a nuestros iguales.
Muchas veces, debido a este ensimismamiento no nos fijamos en las características propias de los demás, sino en lo que es ''contrario a nosotros''. Esto es una negación inaceptable de la alteridad.
Otras veces el ensimismamiento no es sobre uno mismo sino sobre ''los nuestros'', todas esas personas que nos rodean y a las que consideramos importantes. No debemos reducirnos a respetar a un pequeño grupo de personas; debemos extendernos hasta llegar a todos.

Cuando alguien nuevo llega a nuestro mundo decimos que ''irrumpe''. Puede que se convierta en una interrupción, alterando nuestro mundo, o podemos mirarlo con empatía, sin confundirlo con nosotros mismos y reconociendo su alteridad. Todos somos únicos, sin dejar por ello de ser iguales por otra parte.

El hecho de encontrarnos con un excluido multiplica el impacto de dicho encuentro. Si somos capaces de mirar realmente al otro, de no apartar la vista, le estaremos dando parte de nosotros a la vez que él nos da una parte suya, que nos puede aportar muchas cosas. Es lo que llamamos ''mirar con'', no ''mirar a''.
Puede que lo que miremos no nos guste (la fealdad, el rostro descompuesto...), pero tenemos que estar preparados para afrontarlo.

Para terminar con la exclusión debemos pasar por un proceso de ''desinteresamiento'' de lo material: olvidar lo económico y material, pues es una razón primordial de violación de la alteridad y de desigualdad entre hombres, como se ha demostrado a lo largo de la historia de la humanidad.
Una verdadero encuentro con el otro nos ayudará a comprender su realidad, romperá nuestros esquemas y nos permitirá aprender con ellos. Nuestra mirada ha de ser pura, no debemos juzgar la realidad del otro pues no conocemos cómo es su realidad, solo conocemos la nuestra que puede ser muy distinta. Cada cual tiene su modo de vida y no somos capaces de entenderlo si lo juzgamos a partir de nuestra realidad.

Por tanto, hemos de desarrollar una responsabilidad imprescindible respecto al otro, para ser capaces de captar esta injusticia y no pasar por alto la exclusión. El mero acontecimiento de encuentro con alguien en estas condiciones nos hace responsables de él, queramos o no, porque hemos sido testigos de su sufrimiento. Y no podemos volver la mirada a otro lado.







martes, 3 de noviembre de 2015

La pobreza y las personas sin hogar


La sonrisa de Alejandro
Alejandro era el tipo de persona que atraía las miradas de todos. Era entrar en una habitación y todos los ojos se dirigían hacia él: se posaban en sus ropas y en su rostro, analizando su comportamiento y sus maneras. Fuera donde fuera, era el centro de atención. Él no lo buscaba, pero viendo que parecía atraer a la gente, decidió probar suerte.
Se presentó a numerosos castings en agencias de modelos. Desfilaba con seguridad, haciendo gala de todo su aplomo y sin dejarse aminalar por las miradas de desprecio del jurado. Tienen que hacerse los duros para meternos miedo, pensó. 
Cuando llegaba el momento de las fotos Alejandro sonreía radiante ante el objetivo. Sin embargo, el fotógrafo le miraba con cara de pocos amigos y le pedía que, por favor, cerrase la boca. Buscan un perfil más serio, se decía Alejandro.
Al terminar las pruebas pertinentes tenía lugar la entrevista personal. ¿Nombre?, le preguntaban. Alejandro, respondía él. ¿Edad? Treinta. ¿Domicilio? Calle Estrella, respondía en ocasiones. Avenida de las Acacias, era la respuesta en otras tantas. Plaza del Domingo, era otra de las posibilidades. ¿Teléfono de contacto? En este momento Alejandro decía los nueve primeros números que le venían a la mente. 
Nunca recibió una llamada de ninguna de esas pruebas.
Lógico. No tenía teléfono móvil.
Alejandro era un sintecho, una persona sin hogar, un ''mendigo''. 
Durante su adolescencia vivió la crisis de 2008 en todo su esplendor: sus padres perdieron el trabajo, se divorciaron, él tuvo que dejar los estudios y se dedicó a pasar el tiempo en la calle con todos los que, como él, no iban a la universidad. Tanto tiempo solo, en la calle, le jugó factura. Pronto cayó en las drogas, se metió en peleas, empeoró la relación con sus padres y se fue de casa. 
Sin saber como, un cúmulo de situaciones lo dejaron de repente en la calle, con tan solo veinte años y sin estudios. Sus padres se desentendieron de él, y para sobrevivir se volcó en el narcotráfico. Fue perdiendo todos sus amigos y pronto no le quedó nada.
Perdió la noción de la realidad, y vivía en unos eternos veinte años. Cada vez que alguien le miraba pensaba que era porque lo veían atractivo, cuando en realidad se sentían asqueados por su imagen. 
La gente que le daba dinero no eran sus amigos, como él creía. Era gente que le veía como un pedigüeño. 
Y, por supuesto, no tenía una casa en cada una de las calles que decía, sino que cada pocos días debía cambiar de banco en el que dormir.


Con este relato he querido transmitir la realidad de las personas sin hogar, una realidad que muchas veces mantenemos oculta porque no queremos verla. Nos sentimos mal, sin duda, al no hacer nada por aliviar su sufrimiento, pero tampoco queremos pensar demasiado en ello. Es una situación tan desgarradora que si nos sumergiésemos verdaderamente en ella tendríamos el riesgo de ahogarnos.
Quería recalcar el hecho de que, muchas veces, olvidamos que estas personas son humanos, y más allá de sus condiciones de vida y sus necesidades básicas tienen unos sentimientos como todos nosotros, la mayoría de ellos destrozados. Se odian a sí mismos, odian su vida, no pueden soportar pensar en ello.
Imagina ver todos los días a alguien que tiene una familia, un hogar, un sentido en su vida, pasar por delante de ti, que no tienes nada más que una mochila y cuatro cartones. Sin duda no debe ser fácil.
También olvidamos el transfondo de estos hombres, la historia de estas mujeres. En muchas ocasiones, han vivido situaciones traumáticas, que no han podido superar o hacer frente.
Por ello, deberíamos volcarnos en ayudarlas, para demostrar que el mundo no es un lugar hostil, sino que es el hogar de todos los seres humanos y nadie puede quedar excluido de él.



martes, 20 de octubre de 2015

La construcción social de la realidad


La construcción social de la realidad

¿Cuál es el punto de partida en la formación de una sociedad? ¿Qué elemento es el desencadenante?
Tomaremos como referencia la situación ideal: el comienzo desde cero.

Ante una circunstancia inédita el hombre siente curiosidad y miedo. La incertidumbre ha de vencer al miedo para que la persona no viva aterrada de por vida de las situaciones desconocidas, así como de las personas con las que no ha tratado antes. Esto imposibilitaría la formación de familias, ciudades y, en última instancia y lo que nos ocupa, la construcción de la sociedad tal como la conocemos.
Para saciar dicha curiosidad nos relacionamos con individuos ajenos a nosotros. Mediante estas experiencias somo capaces de formarnos una idea del otro, y a medida que vayamos teniendo más contactos iremos completando estas clasificaciones. Cuando tengamos suficiente información aplicaremos esos conceptos que nos hemos creado a cada persona que conozcamos, asociándola  por su modo de actuar y de ser con uno de nuestros modelos, que se agrupan en el árbol de cuerpos de confianza. Por ello se dice que reducimos a los sujetos en actores típicos anónimos. En la medida en que su comportamiento difiera del que tenemos asociado a él por sus creencias nos sorprenderá y nos resultará extraño.
Por ejemplo, si todos los porteros que hemos conocido en nuestra vida nos han parecido personas antipáticas tenderemos a asociar esa aptitud al resto de porteros, y cuando aparezca uno simpático y amable nos sorprenderá por salirse de la norma.

Estas relaciones que establecemos con el otro pueden ser de dos tipos:
-Relaciones primarias: encuentros cara a cara, en los que el otro se nos presenta tan claramente que llegamos a conocerlo mejor que a nosotros mismos, incluso nos vemos a través de él en lo que se llama efecto espejo. Las expectativas, los actos y el comportamiento del otro hace que nos vayamos formando un formato-tipo de él. En el momento en que se salga de allí nos sorprenderá.
-Relaciones secundarias: aquellas que no se dan personalmente, sino que por prejuicios nos creamos unos modelos mentales propios sobre determinados grupos sociales (ej. prostitutas). Lo más probable es que no hayamos tratado con ellos, y en el momento que lo hagamos se desarmen esas ideas preconcebidas. Este proceso de juzgar por ideas propias se denomina tipificación.

Cuando esta tipificación se repite nos habituamos a ella, y la retenemos por la memoria.
De este modo se instala de manera prácticamente permanente en nuestras creencias. Decimos entonces que se institucionaliza.
Por ejemplo, los modales en la mesa están institucionalizados: son objetivos, están ahí independientemente de la opinión del sujeto, conforman una determinada sociedad que los exije.
Se dan tres procesos:
-Externalización: la sociedad es un producto humano.
-Objetivación: proceso por el que se la indeferencia ante la interpretación subjetiva de la sociedad.
-Coercitivo: la sociedad objetivada se proyecta sobre la conciencia.

El hombre produce un mundo que más tarde le produce a él mismo.

Es mediante la sociabilización como llegamos a proyectar de nuevo nuestra opinión sobre la realidad objetiva, por ello decimos que el hombre es un animal social: homo sociologicus (socioyo).
En muchas ocasiones, debido a las expectativas que recaen sobre cada tipo de persona, la persona ya tiene asociada una personalidad; se ve influido por su ''prehistoria''. Por tanto, la formación de su personalidad no será un proceso meramente individual, sino que gran parte de ello dependerá del ambiente que le rodea, así como de las instituciones.
A medida que se desarrolle su entorno valorará si el sujeto ''da el tipo'', es decir, si se ajusta a las expectativas que le corresponden a alguien como él.
Haciendo una alegoría con una novela, cada uno de nosotros interpretaríamos un papel de acuerdo a nuestras capacidades, nuestras habilidades, nuestra posición... Nuestra ''prehistoria'' e historia. Si uno se saliese de ese papel, muy probablemente el resto de actores le echarían de la función, aunque hiciese un monólogo brillante. También puede ocurrir que al echar la vista atrás no nos reconozcamos como nosotros mismos. En este caso parte del ontoyo se ha escindido.

En todo caso, hablamos de estos roles que adoptamos cada uno dentro de la sociedad como papeles sociales. Existen dos teorías al respecto:
-El primero nos dice que es un papel momentáneo. Además, tenemos en cuenta como los demás actúan de acuerdo a su papel correspondiente, y nos posicionamos a favor o en contra en función de como lo manejen. Los procesos de modificación o intercambio de papeles se denominan ''creación de papel''.
-En el funcionalismo consideran los papeles como expectativas preescritas y estáticas, por lo que no habría movilidad y para modificar un papel habría de cambiar la concepción de toda la sociedad.

En cualquier caso, estas preinscripciones alteran a la sociedad y llaman al individuo, quien para bien o para mal no puede ignorarlas.

Para que se forme una sociedad necesitamos algo más, un elemento integrador que la dote de sentido: es la conciencia colectiva o cosmovisión. Será el soporte de todas las convenciones sociales, de todas las creencias e instituciones que se forman con el paso de los años. 
De esta concepción se derivan tres problemas básicos:
  •  Se segmenta el orden institucional.
  • El conocimiento de la realidad se distribuye desigualmente.
  • Ausencia de normas (anomía).
Como solución es básico entender la legitimación: justificación social de aquella institución que consigue la obediencia. Puede ser vertical (diacroniza, une los pasos del individuo por distintos órdenes institucionales) u horizontal (sincroniza, une los papeles de una institución). Otras clasificaciones la distinguen en cognitiva (atribuye validez), normativa (demanda obediencia) y emocional (logra adhesión). Hay cuatro mecanismos:
  1. Legitimación incipiente: transmisión de objetivaciones a un sistema linguístico.
  2. Rudimentos preteóricos: esquemas pragmáticos (refranes, proverbios...).
  3. Marcos de referencia: significados aplicados a un campo concreto.
  4. Universos simbólicos: realidad asociable a un conjunto de significados globales.
La reificación o cosificación es el proceso de conversión de una realidad en una ''cosa'', en el que lo social, producto meramente humano, pasa a concebirse como algo natural.
Por ejemplo, la depilación en las mujeres. En la sociedad actual occidental se ve como algo inaludible, y se critica a la mujer que no cumple con ello, por ser considerado antinatural o antihigiénico. Sin embargo, la realidad es que el vello es lo natural mientras que las técnicas de depilación son artificiales. No es más que una convención social que empezó a darse en algún momento de la historia y que se institucionalizó con el paso del tiempo. Además, se trata de una convención injusta, pues solo reclama el deber de las mujeres a eliminar el vello cuando los hombres lo presentan igualmente, incluso en mayor cantidad.

Muchas veces conduce a la alienación, un estado de pérdida o separación, en el que el sujeto es coaccionado inconscientemente para realizar una expectativa que se tiene de él, sin parase a pensar en sus consecuencias. En el ejemplo anterior tendríamos a la mujer que sufre al depilarse pero que lo hace sin plantearse otra opción al considerarlo como una obligación.


Cuando se produce una situación así, tan arraigada, en la sociedad, parece que no puede cambiarse. Sin embargo, en mi opinión deberíamos luchar para acabar con eso, pues en muchas ocasiones no costaría cambiar si pusiésemos un poco de interés y compromiso de nuestra parte. Gran cantidad de estas convenciones se formaron hace años, cuando la realidad social era muy distinta de la actual: ¿por qué deberíamos aceptar estos estigmas como válidos, si no hemos sido nosotros mismos los que los hemos impuesto?

Deberíamos reflexionar más sobre qué es lo que queremos para nuestra sociedad, si aceptar lo que nos viene dado por la historia como si fuera natural, sin aceptar que lo hemos impuesto nosotros anteriormente y por tanto podemos destruirlo, o por el contrario ponernos manos a la obra para crear nuevas instituciones acorde a nuestro tiempo, en las que imperen la justicia y la igualdad. 




lunes, 12 de octubre de 2015

Teoría social de la infancia y la adolescencia


Teoría social de la infancia + Teoría social de la adolescencia

 “Si los niños pudieran revelar libremente su visión de la sociedad, de la escuela, de la autoridad, del trabajo y del futuro, los problemas más fundamentales y urgentes de la sociedad podrían presentarse de la manera más pura posible.” 


Tradicionalmente se ha menospreciado a los niños en la sociedad: no se les permite expresarse
(de hecho, infancia significa el que no habla) y su voz no es escuchada. Ni siquiera se les considera personas completas.
Sin embargo, entender la infancia no solo nos permitiría anticiparnos al futuro próximo, sino entender en profundidad la historia de la humanidad.
La infancia es la etapa más importante en la vida de las personas: ¿no deberíamos prestarle un poco más de atención? Para ello podríamos empezar analizando unos datos espeluznantes:


  • Un sexto de los niños nacidos en países empobrecidos mueren antes de los cinco años.
  • La mitad de estas muertes se debe al hambre. 
  • Dos millones de niños mueren al año por carecer de vacunas básicas. 
  • Un quinto no tiene acceso al agua potable y el 16% no se alimenta adecuadamente.
  • El 13% no ha ido nunca al colegio.
  • La explotación sexual afecta a 2 millones de menores.
  • De las víctimas en conflictos en los últimos 20 años, la mitad eran niños.

Y, aún con este panorama, siendo las principales víctimas, continúan sonriendo. ¿Cómo es posible está contradicción? Su alegría de vivir es tal que supera sus vivencias. Para comprender esto antes tenemos que concretar qué entendemos por infancia, y que creencias debemos desterrar.

Infancia es:


  • La Edad de Oro
  • Experiencia fundamental: nace el yo para convertirse en rehén del Otro
  • Una vivencia completa desde el principio
  • Condición que posibilita el descubrimiento de lo humano
  • Modo de condición humana
  • Revelación para los hombres de hoy
  • Independiente de la edad
  • Una estancia que vuelve en cualquier comienzo de carácter fundacional
  • Condición en la que el hombre ha de hallarse para recibir la donación de padres y mayores
  • Una condición de comunión y acogida absoluta
  • Explosión en la que todos los posibles se encuentran
  • Un ser lleno de posibilidades
  • La hospitalidad radical
  • Relación con el mundo 
  • Hospitalidad hacia otra civilización
  • Una estancia que nace desnuda, esperándolo todo
  • Primiordialidad a la que nuestra complejidad humana remite en movimiento continuo
  • Proceso de historización que nunca acaba
  • Tiempo de comunión
  • La condición del mundo sin discurso que lo divida
  • Condición humana en la que su interior es el mundo y uno es el mundo del interior de su madre
  • Interiorización
  • Responsabilización personal de nuestro sentido en la Historia
  • Revelación progresiva de la muerte


Infancia NO es:

  • Una invalidación
  • Un anticipo de lo que puede llegar a ser
  • Un humano condicional
  • Un ''todavía no''
  • Algo a pasar deprisa
  • Dependiente de la edad
  • Un acontecimiento aislado
  • Tiempo de carencias
  • Edad sin historia
  • Tiempo de indiferenciación
  • La disolución de la historia


La maduración que llevará al niño a pasar a la adolescencia no supone cerrar su interior, sino comprometerse con el mundo, no replegarse, sino participar. En el momento en que damos nombre a la emociones que acontecen en nuestro interior nos deshacemos en parte de ellas. Un ejemplo sería el lenguaje, que se apropia de estos conceptos ya que no son propiamente individuales, sino comunes a todos.
El niño va adquiriendo poder sobre sí mismo en la medida en que es para los otros, y es esa responsabilidad con los demás lo que determina el tiempo. No es un concepto abstracto, sino una relación con el resto de la humanidad a través de la individualización que los hace únicos y diferentes. Acaba así la niñez, con lo que llamaríamos culminación. Es un vaciamiento del sujeto hacia los demás: una autodonación de aquello que lo constituye como individuo.





lunes, 28 de septiembre de 2015

El familiar origen de lo humano


 ¿Cuál es el origen del hombre?

Este ha sido y será uno de los grandes interrogantes universales, que perduren a lo largo de los tiempos: todo hombre pasa por un momento de su vida en el que se cuestiona el origen de su especie  y, en última instancia, el sentido de su existencia.

Las respuestas que la humanidad ha ido dando a esta pregunta son muy variadas: desde la existencia de un ser superior creador hasta la más absoluta negación de todo sentido vital. Nunca sabremos con certidumbre cuál es ese origen si miramos más allá del tema que nos ocupa: el hombre. Por ello, hemos de fijarnos en lo que nos hace distintos al resto de especies, lo que nos diferencia, lo propiamente humano. Y esto, como veremos a continuación, no es otra cosa que el amor

Remontémonos al inicio: la sabanización.
Fue el principio de todo; un gran cambio climático provocó la destrucción de gran parte de los bosques africanos. La población de homínidos era demasiado grande, por lo que una parte fue expulsada y se vieron obligados a vagar por la sabana (probablemente, estos pocos homínidos que permanecieron en los árboles no pudieron sobrevivir ante la dura competencia).
El cambio fue radical: debían sobrevivir en un extenso terreno desprovisto de escondites, ante la falta de árboles en los que refugiarse.  Las familias se encontraban a merced de los depredadores, y los viajes en busca de alimento eran cada vez más largos, al escasear el agua y los frutos. Por otra parte, esto supuso un cambio beneficioso: las presas eran de mayor tamaño, lo que favorecía las alianzas entre pueblos y aumentaba la variabilidad genética al mezclarse distintos poblados. Los grupos eran cada vez más grandes, la protección aumentaba, surgían las primeras estrategias de caza y las relaciones jerárquicas se fortalecían. Además, la comunicación se volvió crucial: se desarrollaron códigos con los que informar de la llegada de depredadores o presas. Esto nos plantea  un dilema interesante: ¿cuál fue la primera palabra pronunciada jamás? Las opciones son infinitas, oscilando entre una palabra relacionada con una necesidad vital (agua, hambre, fuego) o una palabra identificadora de un miembro del grupo (por ejemplo, su nombre). Si ese fuera el caso, nos definiría como humanos completamente.
Como dato anecdótico, esa añoranza de nuestro pasado vivido en el bosque se refleja en el paraíso de Adán y Eva, mientras que el infierno al que son expulsados se parece bastante más a una sabana.

Uno de las aportaciones más importantes a la evolución del ser humano fue el bipedismo. Al bajar de los árboles los homínidos debían ponerse en pie, para abarcar con la visión una mayor extensión, previendo así posibles ataques. La visión se desarrolló enormemente en comparación con el resto de sentidos.

 De igual modo, la anatomía debía cambiar. Las extremidades inferiores se alargan y los pies se vuelven progresivamente distintos a las manos. La prensibilidad del pulgar, o el aumento de la capacidad craneal explican el hecho de que se produjese un aumento del uso de la razón.
Especialmente importante es la inteligencia kinética, relacionada con el movimiento y la coordinación.  A pesar del desarrollo de esta inteligencia, el hombre seguía siendo más lento, débil y pequeño que los competidores de su hábitat. El único modo que tenían para sobrevivir era ser más inteligente: comienzan así a crear trampas, estrategias y utensilios para cazar.
Las huidas de los depredadores, que a menudo se producían corriendo, hicieron que la resistencia de los homínidos aumentase. Ya no se cansaban tanto ante largas caminatas, por lo que empezaron a desplazarse con frecuencia; se hicieron nómadas. El fuego permitía crear asentamientos temporales en poco tiempo, favoreciendo los viajes.


De vuelta al bipedismo, como consecuencia del mismo las caderas se estrecharon, lo que supuso un grave problema en el caso de las mujeres: el feto no tenía espacio para salir. Debido a esto, nacía inmaduro y dependiente de la madre. Se necesitaba un período para el cuidado del bebé que hasta entonces no existía; el vínculo con la madre debía fortalecerse. En este aspecto es clave la diferenciación facial: en la medida que la madre diferencie a su hijo del resto, y se vea reflejada en su rostro, reconocerá a ese hijo como suyo y le dará más cuidados, sin los cuales el niño no podría sobrevivir.
Otro de los cambios producidos por este estrechamiento fue que las relaciones sexuales se hicieron frontales. Cobraba de este modo una gran importancia el rostro (dejando de lado el ano), imprescindible para la atracción sexual, se desarrollaron cada vez más las expresiones faciales. El reconocimiento de los rostros favoreció la monogamia y, poco a poco, se fue creando el concepto de familia, núcleo de la evolución humana y del amor.

Por supuesto, se produjo un cambio en la alimentación: la carne dura y ciertas plantas resecas no eran digeridas por los homínidos. Con el tiempo, descubrieron el poder del fuego y comenzaron a cocinar los alimentos. Obtuvieron así comida mucho más blanda y fácil de digerir. La fuerza necesaria para masticar disminuye, por lo que la mandíbula se empequeñece y deja más espacio al cerebro dentro del cráneo.  Se cree que es a partir de este momento cuando aparecen los sueños: experiencias oníricas en las que aparecen situaciones imposibles, o conocidos que habían muerto, lo que lleva a un pensamiento más espiritual y trascendental, y permitirá el desarrollo de la imaginación.
Surge así la religión, materia que permite un gran desarrollo cerebral y del raciocinio.  Aparecen millones de posibilidades nuevas para los homínidos, que se empiezan a replantear toda su realidad.

¿Cuál era el alcance de la mente? ¿Cómo era posible que nosotros mismos creásemos una realidad alternativa? ¿Por qué lo vivían de manera individual?

Estas dudas y reflexiones crecieron con el tiempo y llegan hasta nuestros días. Y son, en mi opinión, el motor de la evolución humana, lo que nos distingue del resto de especies y el sentido de nuestra existencia.


lunes, 21 de septiembre de 2015

La universidad como lugar de verdad.


Nos ponemos en situación: 19 de agosto de 2011. Se cumplen cuatro años del Encuentro con los jóvenes profesores universitarios que tuvo lugar en la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, en San Lorenzo del Escorial (Madrid).

Benedicto XVI se dirige a los profesores, instituciones y otras eminencias presentes. Se centra, sin embargo, en los jóvenes, los principales destinatarios de su mensaje. Expresa su entusiasmo e ilusión al verse rodeado de los que, considera, tienen el futuro del mundo en sus manos.

Citando unas palabras de Platón, su santidad sostiene que la juventud es el momento de búsqueda de la verdad, de exploración y, por qué no decirlo, de la rebeldía. Son los estudiantes los que han de buscar la sabiduría en todo lo que hagan: la verdad no puede esperar. Si no potencian estas inquietudes en el momento de su formación (la etapa de la vida en la que se constituirán como personas) nunca lo harán. Y es imprescindible que den ese paso, pues es la juventud la que tiene el futuro del mundo en sus manos.

Aunque sea un proceso principalmente individual, no excluye por ello al resto de la comunidad. De hecho, trabajar con los demás es indispensable para conocer la verdad. El núcleo de esta conexión es la universidad. Por ello es preciso que los profesores animen y motiven a los jóvenes, que les orienten y alienten en su búsqueda de la verdad y la sabiduría.

En este camino es imprescindible distinguir el mero conocimiento de la sabiduría: los profesores no se pueden limitar a aportar unos datos teóricos al alumno, para que los memorice sin más. Han de promover el análisis crítico, el pensamiento lógico, la búsqueda personal de la verdad; en definitiva, deben sembrar en sus alumnos el gusto por la reflexión. 

Por descontado, este gusto tiene su semilla en el amor. Es necesario que el alumno estudie e indague aquellos temas que le motiven, que le gusten. Si no tiene interés en esa tarea, el esfuerzo que le dedique será menor y, por tanto, los resultados serán peores. La inteligencia es impensable sin este amor.

Además, el alumno debe ser consciente que la verdad está siempre más allá. Esto no debe desmotivarlo, sino todo lo contrario: se convierte en un motivo que le da fuerzas para continuar con su trabajo. Ser conscientes de esta realidad aleja a los jóvenes de la vanidad, los hace ser humildes y descubrir sus limitaciones y, así, hallar también el alcance de sus acciones.

La sencillez es clave para acercarnos a la verdad. Podemos aplicar esta afirmación a los profesores, quienes no deben considerarse los ''dioses'' del alumno, sino un guía que aconseja a los estudiantes sobre que camino es el mejor para ellos. Son maestros, y se exige por tanto que prediquen con el ejemplo.

En este camino encontramos a Dios, quien, según nos dice el Papa, nos guía en esa encrucijada hacia la verdad, sosteniéndonos con su amor y repartiendo la esperanza, sentimiento que será esencial para que los jóvenes se mantengan en su camino hacia la verdad, luchando contra las dudas (que sin duda llegarán) y evitando que se rindan, pues sin el avance la humanidad estaría perdida.



Como muestra el propio ejemplo de la vida de Joseph Ratzinger (posterior Benedicto XVI), en una época en la que escaseaba lo material, la juventud se centraba en su deseo de mejorar, sus ganas de aprender y su ilusión por superarse. A día de hoy, en una sociedad cada vez más globalizada y desigual (en la que prima la ostentación y el apego a los objetos materiales) se ha perdido este deseo de conocer. La curiosidad no se potencia, sino que se rechaza. Veo que es de suma importancia que recuperemos esas ganas de superación que se observaban antiguamente, en el periodo de entreguerras, pues no debemos contentarnos con la situación actual. Cada vez estamos más a gusto en nuestra burbuja y nos volvemos unos ''comodones'', olvidándonos de otras realidades para nada deseables que siguen vigentes hoy en día.

Además, la enseñanza sigue basándose en el utilitarismo: la universidad forma técnicos, centrándose en la dimensión profesional de la persona. Nos encontramos así con que se convierten en verdaderas máquinas: trabajan de manera eficiente, pero son incapaces de pensar por sí mismos y elaborar respuestas creativas.
En la época mencionada por Benedicto XVI el utilitarismo tenía cierto sentido: tras la guerra se necesitaban muchos obreros, trabajadores y operarios que ayudasen a reconstruir el mundo en el menor tiempo posible. Pero, en la actualidad este sistema es inconcebible. La sociedad es cada vez más cambiante y compleja, por lo que un profesional no se puede limitar a ser bueno en su especialidad: debe ser capaz de resolver cualquier problema, de reinventarse a sí mismo, de distinguir la verdad entre toda la información que recibe.

El hombre del siglo XXI no debe olvidarse de todas sus dimensiones: la afectiva, la espiritual, la artística. Si lo hace, deja de lado lo que nos hace realmente humanos: la inteligencia.
Inteligencia que, como comentábamos anteriormente, no tienen sentido sin hablar del amor, fuerza que mueve el universo y, a pequeña escala, a la humanidad.