Este ha sido y será uno de los grandes interrogantes
universales, que perduren a lo largo de los tiempos: todo hombre pasa por un
momento de su vida en el que se cuestiona el origen de su especie y, en última instancia, el sentido de su
existencia.
Las respuestas que la humanidad ha ido dando a esta pregunta
son muy variadas: desde la existencia de un ser superior creador hasta la más
absoluta negación de todo sentido vital. Nunca sabremos con certidumbre cuál es
ese origen si miramos más allá del tema que nos ocupa: el hombre. Por ello,
hemos de fijarnos en lo que nos hace distintos al resto de especies, lo que nos
diferencia, lo propiamente humano. Y esto, como veremos a continuación, no es
otra cosa que el amor.
Remontémonos al inicio: la sabanización.
Fue el principio de todo; un gran cambio climático provocó
la destrucción de gran parte de los bosques africanos. La población de
homínidos era demasiado grande, por lo que una parte fue expulsada y se vieron obligados
a vagar por la sabana (probablemente, estos pocos homínidos que permanecieron
en los árboles no pudieron sobrevivir ante la dura competencia).
El cambio fue
radical: debían sobrevivir en un extenso terreno desprovisto de escondites,
ante la falta de árboles en los que refugiarse.
Las familias se encontraban a merced de los depredadores, y los viajes
en busca de alimento eran cada vez más largos, al escasear el agua y los frutos.
Por otra parte, esto supuso un cambio beneficioso: las presas eran de mayor
tamaño, lo que favorecía las alianzas entre pueblos y aumentaba la variabilidad
genética al mezclarse distintos poblados. Los grupos eran cada vez más grandes,
la protección aumentaba, surgían las primeras estrategias de caza y las
relaciones jerárquicas se fortalecían. Además, la comunicación se volvió
crucial: se desarrollaron códigos con los que informar de la llegada de
depredadores o presas. Esto nos plantea
un dilema interesante: ¿cuál fue la primera palabra pronunciada jamás?
Las opciones son infinitas, oscilando entre una palabra relacionada con una
necesidad vital (agua, hambre, fuego) o una palabra identificadora de un
miembro del grupo (por ejemplo, su nombre). Si ese fuera el caso, nos definiría
como humanos completamente.
Como dato anecdótico, esa añoranza de nuestro pasado vivido
en el bosque se refleja en el paraíso de Adán y Eva, mientras que el infierno
al que son expulsados se parece bastante más a una sabana.
Uno de las aportaciones más importantes a la evolución del
ser humano fue el bipedismo. Al bajar de los árboles los homínidos debían
ponerse en pie, para abarcar con la visión una mayor extensión, previendo así
posibles ataques. La visión se desarrolló enormemente en comparación con el
resto de sentidos.
Especialmente importante es la inteligencia kinética,
relacionada con el movimiento y la coordinación. A pesar del desarrollo de esta inteligencia,
el hombre seguía siendo más lento, débil y pequeño que los competidores de su
hábitat. El único modo que tenían para sobrevivir era ser más inteligente:
comienzan así a crear trampas, estrategias y utensilios para cazar.
Las huidas de los depredadores, que a menudo se producían
corriendo, hicieron que la resistencia de los homínidos aumentase. Ya no se
cansaban tanto ante largas caminatas, por lo que empezaron a desplazarse con
frecuencia; se hicieron nómadas. El fuego permitía crear asentamientos
temporales en poco tiempo, favoreciendo los viajes.
De vuelta al bipedismo, como consecuencia del mismo las
caderas se estrecharon, lo que supuso un grave problema en el caso de las
mujeres: el feto no tenía espacio para salir. Debido a esto, nacía inmaduro y
dependiente de la madre. Se necesitaba un período para el cuidado del bebé que
hasta entonces no existía; el vínculo con la madre debía fortalecerse. En este
aspecto es clave la diferenciación facial: en la medida que la madre diferencie
a su hijo del resto, y se vea reflejada en su rostro, reconocerá a ese hijo
como suyo y le dará más cuidados, sin los cuales el niño no podría sobrevivir.
Otro de los cambios producidos por este estrechamiento fue
que las relaciones sexuales se hicieron frontales. Cobraba de este modo una
gran importancia el rostro (dejando de lado el ano), imprescindible para la
atracción sexual, se desarrollaron cada vez más las expresiones faciales. El
reconocimiento de los rostros favoreció la monogamia y, poco a poco, se fue
creando el concepto de familia, núcleo de la evolución humana y del amor.
Por supuesto, se produjo un cambio en la alimentación: la
carne dura y ciertas plantas resecas no eran digeridas por los homínidos. Con
el tiempo, descubrieron el poder del fuego y comenzaron a cocinar los
alimentos. Obtuvieron así comida mucho más blanda y fácil de digerir. La fuerza
necesaria para masticar disminuye, por lo que la mandíbula se empequeñece y
deja más espacio al cerebro dentro del cráneo.
Se cree que es a partir de este momento cuando aparecen los sueños:
experiencias oníricas en las que aparecen situaciones imposibles, o conocidos
que habían muerto, lo que lleva a un pensamiento más espiritual y
trascendental, y permitirá el desarrollo de la imaginación.
Surge así la religión, materia que permite un gran
desarrollo cerebral y del raciocinio.
Aparecen millones de posibilidades nuevas para los homínidos, que se
empiezan a replantear toda su realidad.
¿Cuál era el alcance de la mente? ¿Cómo era posible que
nosotros mismos creásemos una realidad alternativa? ¿Por qué lo vivían de
manera individual?
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